Noelia Martínez, Lanzarote
Ya es hora de que la emoción de la indignación evolucione hacia la reflexión. Ya es hora de que los activistas trascendamos desde lo emotivo hacia lo reflexivo y lo estratégico, sobre todo después de la marea ciudadana del 23-F. Explicaré por qué:
Ya es hora de que la emoción de la indignación evolucione hacia la reflexión. Ya es hora de que los activistas trascendamos desde lo emotivo hacia lo reflexivo y lo estratégico, sobre todo después de la marea ciudadana del 23-F. Explicaré por qué:
Las manifestaciones y huelgas han sido históricamente útiles porque mostraban una capacidad de contrapoder al poder. Desafiaban como un ciervo desafía enseñando su cornamenta. Sin llegar a combatir, disuade, mostrando sus afiladas astas.
El objetivo de las manifestaciones era
mostrar al poder establecido cómo el poder popular podría parar las
comunicaciones, colapsar el tráfico de mercancías, o hacer
cualquier daño real a la economía.
Sin embargo la marea ciudadana 23-F,
lejos de mostrar ese poder popular, ha sido en muchos puntos
contraproducente:
1º. Porque al menos en Madrid, ha
ejercido coacción interna, siendo tan auto-represora que ha llegado
a recibir los elogios del partido despótico que gobierna.. el efecto
ha sido el mismo al que produciría un ciervo al que se limara sus
astas frente al enemigo.
2º. Ha sido contraproducente porque no
tenía objetivos claros a los que ir, ha sido una manifestación sin
objetivos concretos. Una huelga de servicios, por ejemplo, cuyo
objetivo sea renegociar las condiciones salariales, puede fracasar o
triunfar en función de que consiga paralizar el trabajo. Marcando
esto la hoja de ruta de futuras acciones. Sin embargo, en el caso de
un acto simbólico como el del 23-F, sin objetivos claros se hace
imposible juzgar si ha sido un fracaso o una victoria concreta; todo
quedará sujeto a interpretaciones subjetivas, lo que impedirá una
planificación estratégica en futuro.
3º. Ha sido contraproducente también,
porque canaliza la atención emocional, las iras, sin resolver la
causa de las mismas. Son estrategias paliativas, analgésicas o
incluso anestésicas con la indignación, pero no curativas, ya que
no se han abierto procesos que persigan soluciones a largo plazo. Y
además se ha perdido la oportunidad de intercoordinación entre
luchas para crear un verdadero contrapoder popular. Estos disparos de
fogueo desgastan.
4º. Ha sido contraproducente por la
traición que han supuesto los siguientes hechos, relacionado y
concatenados: desconvocar tan rápido la convocatoria, y
desvincularse por parte de la cabecera de cualquier acto que
supusiese un incremento de las tensiones en las calles. Este acto es
tan traidor como si la ejecutiva de los sindicatos se desvinculara de
sus propios de sus propios piquetes. Uno puede compartir o no cierta
metodología, pero mientras estas no atenten contra la seguridad de
las personas, criminalizarla, es darle más limas al ciervo para que
acabe con sus astas y se domestique definitivamente.
5º. La marea ciudadana, en este
formato emotivo y uniformante ha descuidado la reflexión primando el
simbolismo, estas manifestaciones simbólicas pueden desembocar en
una liturgia en sí misma, con sus propios mantras y rituales. Porque
hay consignas que se repiten manifestación tras manifestación, pero
hacia cuya realización no se diseñan estrategias. Como si el mero
hecho de repetirlas tuviera efectos mágicos en su consecución. El
pensamiento mágico toma mucho protagonismo cuando falta reflexión.
Un ejemplo de este pensamiento mágico, también, es el apoyar estas
manifestaciones simbólicas creyendo que el derrocamiento de todo
sistema injusto se producirá de una manera casi espontánea. Estos
pensamientos mágicos se basan en clichés como el de Islandia, que,
de nuevo, como en religión, está magnificado y mitificado, no
correspondiendo a la verdad de los hechos. Tras la liturgia del 23-F,
cualquier amante de la reflexión podría preguntarse ¿es malo
rezar? no. ¿es efectivo rezar? no. ¿puede ser contraproducente
rezar? sí.
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