Roberto Mérida
EE.UU. está provocando a Corea del
Norte, invadiendo a cada rato un palmo más su territorio por vía
marítima y aérea para tentarla a actuar. Corea del Norte se siente
amenazada, tiene la bomba nuclear y está dispuesta a utilizarla como
demostración de fuerzas, o medida de defensa; pero hasta ahora, se
han contentado con emplear dicha amenaza como garante a fin de
mantener la integridad de su territorio.
EE.UU. quiere dar un paso más; quiere
romper ese equilibrio de fuerzas, provocando una agresión por parte
del gobierno norcoreano, para tener un pretexto para invadir o
destruir la región y quitarse así a un adversario o rival
geopolítico en la zona; y apoderarse económico-empresarialmente de
todo el territorio de la actual Corea.
Pero tiene que guardar las apariencias.
El imperialismo yanqui se ve en la obligación de simular o aparentar
que el primer actor en atacar es el gobierno norcoreano, y no a la
inversa, ya que su ya mermado prestigio ante los ojos de la opinión
pública internacional y ante su propia población se vería diezmado
o destruido, de suceder del modo opuesto: tiene que parecer que este
gobierno asiático ha perdido el juicio, y que EE.UU., "en
defensa de su pueblo, de la libertad y de la democracia, y de su
integridad nacional, como nación soberana y como la nación más
poderosa del mundo", se defiende.
Pero los políticos norcoreanos, la
casta burocrático-militar que gobierna este país con mano de
hierro, al igual que la podrida corruptela de políticos burgueses
yanquis, coaligados con la oligarquía financiera y los jefes y
magnantes de grandes multinacionales, entre ellos del lucrativo
negocio de la industria armamentística (que espera sacar tajada ante
la perspectiva de una inminente guerra con Norcorea), no tienen
ningún aprecio por la vida humana ni tampoco por su pueblo, más que
por su propio poder y beneficios; menos aún lo poseen por el pueblo
vecino.
El gobierno y casta militar norcoreana
están dispuestos a atacar Hawaii o Missouri, además de Guam; el
gobierno estadounidense, la clase dominante yanqui y la oligarquía
financiera, a sacrificar una o dos ciudades de su territorio con tal
de tener manos libres para desplegar toda su fuerza y poderío
militar y nuclear y que el siguiente impacto sea el definitivo,
arrasando media Norcorea. A las bombas nucleares sucederán las
tropas, portaaviones y paracaidistas invadiendo el territorio con una
fuerza militar permanente, al estilo de Iraq o de Afganistán; pero
no sin una previa destrucción del territorio y las infraestructuras
del país, y de una masacre, similar o incluso superior a las de
Nagasaki y Hiroshima; que caracterizan y son ya un clásico en el
viejo historial de genocidios de la historia, y genocidios
perpetrados a lo largo de su historia por esta potencia.
Las consecuencias de un ataque nuclear
El alcance de una guerra nuclear a
escala internacional tendría consecuencias desastrosas, no sólo
sería un genocidio para las poblaciones que lo sufran, sino que
contaminaría la atmósfera, acaso legándonos décadas de un cielo y
un aire opacados por una nube de radiacción en lo que se conoce como
“invierno nuclear”. En el fondo, tanto para la clase gobernante
yanqui como para la norcoreana, esto es una partida de póker, en el
contexto, claro está, geopolítico; pero una partida de póker en la
que, lo que la clase dominante yanqui tiene en juego es la ampliación de su
control territorial, y geopolítico-militar; pero la casta gobernante
norcoreana, tiene en juego su supervivencia política, su mera razón
de existir, que defenderán con uñas y dientes.
Pero los yanquis tienen la posición
fuerte y Norcorea la débil; a los yanquis no les importa provocar y
desatar al enemigo porque saben que la fuerza está de su lado. Y los
norcoreanos no están dispuestos a dejar que EE.UU. se confíe por un
instante, y se acostumbre a violar e invadir el territorio
norcoreano al primer capricho de la oligarquía internacional
dominante.
Si esto se desata, transformará la faz
del mundo y a la sociedad tal como la conocemos. Pero es difícil que
se desate algo así, porque ambos gobiernos tienen mucho que perder,
posiblemente más de lo que ganarían. Es una amenaza para ambos,
aunque para Norcorea sea una amenaza total, y para EE.UU. parcial.
Es más necesario que nunca un
movimiento antiguerra a escala mundial
Digámoslo así: EE.UU. tiene las de
ganar. Dependiendo de lo poco que le importe la población mundial, de
su propio país y norcoreana y las muchas ansias de poder que tengan,
esto se desatará, o no. Así de sencillo.
Puede influir como factor añadido la
presión popular internacional, eso sí. Si el régimen yanqui teme
perder todo su prestigio, es previsible que no actuará.
Eso deja posibilidades a la causa
popular. Abre la perspectiva de un movimiento popular
antiimperialista y antibélico, a escala internacional, que logre
ejercer la presión suficiente sobre los gobiernos imperialistas de
la OTAN, y en particular sobre el estadounidense, para evitar que
estos se expongan a una ruptura del frágil equilibrio de fuerzas
entre potencias nucleares, sacrificando una parte de su propia
población y territorios, y a la población del país enemigo. El
daño de un desenlace tal lo pagaría la clase obrera coreana y del
mundo.
Por eso, es imperativo, es más urgente
y necesario que nunca el surgimiento de un movimiento popular global
en contra del imperialismo y de la perspectiva de una guerra con
Corea del Norte, con posibilidad de una escalada nuclear. Es
necesario a su vez, poner de actualidad el movimiento antinuclear, y
la consigna del desarme bélico-nuclear; pero esta,
lejos de ir
dirigida únicamente contra Norcorea, debe ir dirigida, en primer
lugar, contra la potencia estadounidense. Lo opuesto, sería una
actitud hipócrita, completamente entreguista y que sólo iría en
detrimento de la soberanía nacional de un país pequeño, desgajado
hace décadas del imperialismo, aunque no con la mejor suerte en
cuanto a la deriva policíaco-militar de su sistema de gobierno
interno y su régimen, lo que sumado al criminal bloqueo al que
somete a este país el imperialismo, perjudica y tiraniza en última
instancia a la población de Norcorea. Además, una postura hipócrita
tal contriburía a engordar las filas de apoyo y la acumulación de
poder en manos del bloque imperialista de la OTAN, lo que no ayudaría
precisamente a la lucha por la emancipación y la libertad de los
pueblos del mundo, ni a la lucha por la emancipación de los países
del tercer mundo, oprimidos por la bota de las potencias; podría
ser, asimismo, usada el día de mañana en una nueva guerra de
rapiña, con posibilidad de nueva escalada nuclear, contra sus
enemigos geopolíticos: Irán, Rusia o China, lo que no ayudaría a
mejorar, sino socavaría las bases de cualquier posible perspectiva
de mejora o bienestar por parte de la clase trabajadora y de las
clases populares del mundo.
Por tanto, la consigna del desarme
nuclear debe ir en todo momento y en primera instancia dirigida
contra un enemigo principal: el imperialismo "occidental",
a saber, EE.UU. y las principales potencias que conforman la OTAN.
Seguidamente, y a la par, debe ir dirigida, por lógica aplastante y
extensión, contra el bloque geopolíticamente opuesto a las
prerrogativas yanquis: Rusia, China e Irán; y finalmente, y a la
par, de Norcorea.
No es previsible ni deseable la
dinámica de un desarme nuclear únicamente por parte del Estado
norcoreano si no va inmediatamente antes o a la par acompañada de un
desarme nuclear incondicional por parte del Estado imperialista
yanqui y demás imperialismos de la OTAN, así como del resto de
potencias geopolíticamente opuestas al bloque imperial-occidental.
Pero ante todo, la agenda prioritaria
ante el peligro de una posible escalada bélico-nuclear entre EE.UU.
y Norcorea, por parte de las clases populares, es el surgimiento de
una masiva y vasta campaña anti-guerra.
De lo contrario, el peligro al que se
exponen ya no las capas populares y la población obrera, sino la
población per sé de todos los países del mundo es evidente.
Nos exponemos al peligro de una
regresión social, la destrucción del medio ecológico, y un
holocausto nuclear, con la correspondiente masacre y pérdida de vida
humana, y vida en general, subsiguiente.
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