martes, 18 de diciembre de 2012

Anticomunismo de derecha, Stalin, Ceaucescu y cia.

Este texto surje como respuesta al artículo titulado "Sobre el anticomunismo de izquierdas, el “estalinismo”, el POUM y el Movimiento Comunista", publicado en Kaos en la Red y otras páginas webs recientemente. La finalidad es dar otro punto de vista desde una perspectiva anticapitalista.
ARRIBA. Funeral de Trotsky.

Anticomunismo de derecha, Stalin, Ceaucescu y cia.
Milos G., Sevilla
Recientemente he leído un artículo de Albert Escusa titulado “Sobre el anticomunismo de izquierdas, el “estalinismo”, el POUM y el Movimiento Comunista“, que viene a ser una crítica directa a toda esa izquierda anticapitalista que, por diversos motivos, mantiene una postura de rechazo a ciertos regímenes que tuvieron lugar mayoritariamente en el siglo XX  y a los que se refieren como “estalinistas”.

La principal queja que arguye Albert es que esta izquierda anticapitalista utiliza el término “estalinismo” como excusa para explicar todos los males de lo que él llama el “movimiento comunista” a lo largo de la historia. Añade que, para los “anticomunistas de izquierdas”, la palabra “estalinismo” es como el misterio de la Santísima Trinidad, con la que pretenden tres cosas, como por ejemplo, evitar el debate histórico con argumentos contrastados. Parece ser que Albert no ha reparado en la gran cantidad de bibliografía escrita por revolucionarios en todo el mundo, y en Rusia, desde “la revolución traicionada”, de Trotsky, “capitalismo de Estado”, de Tony Cliff, “la revolución húngara de los consejos obreros” (de 1956), de Pierre Broué y otros, y una larga lista, pasando por escritos del mismo Lenin que definía la Rusia soviética como socialismo con deformaciones burocráticas. Si tenemos en cuenta que estas deformaciones, varios años después de la muerte de Lenin, fueron adoptando un tamaño monstruoso, no vacilo en sostener que Lenin hubiese definido el régimen surgido de aquellos años con una expresión mucho más dura. Un régimen donde los jefes de las empresas estatales cobraban sueldos veinte veces más altos que los trabajadores (100 veces en el caso de los diputados), donde, a partir de un duro código de trabajo, un jefe podía castigar o premiar a su antojo a los trabajadores, en el que un retraso de veinte minutos podía suponer la reducción del 25% del salario, ya de por sí misérrimo, y de forma acumulada el despido. Un sistema que anuló la democracia obrera en la que se debe sustentar el socialismo para poner en su lugar una estructura de poder vertical en la que la mayoría se subsumía a los intereses de una minoría, ora porque había que militarizarse, ora porque había que mantener el contrapeso durante la guerra fría, la industria pesada consumía casi todos los recursos frente a los bienes de consumo o la agricultura. Como defensa ante estos hechos, los llamados “estalinistas” suelen escudarse en la propiedad estatal de los medios de producción, de hecho, cuando aun se están informando sobre posibles países socialistas que puedan existir en la actualidad, y buscan información sobre Siria, Vietnam o Corea del Norte, para encontrar alguna tierra prometida, lo que valoran es el % de industria o empresas que controla el Estado. Una estúpida absurdez de colosales dimensiones, dado que la empresa pública en estos países, al igual que en Europa, sigue un tipo de administración capitalista  basada en la acumulación y en la dictadura burocrática (frente a la democracia obrera), y su producto se reparte asimétricamente. Demostraciones directas de esto pueden verse en documentales oficiosos de la República de Corea del Norte, que reproducen la vida de una norcoreana en su casa y en su trabajo.  También es fácilmente cognoscible a partir de la experiencia de los trabajadores en los países soviéticos. Como ejemplo reciente, en un documental llamado “juntos, como las cooperativas resisten mejor la crisis”, puede verse a una cooperativista Polaca explicando las dificultades que tuvieron las cooperativas para adaptarse al cambio de régimen tras la caída de la unión soviética. Después de esto añadió que en su cooperativa ya no hay la diferencia “ellos (la dirección) – nosotros (los trabajadores)” que existían en las empresas públicas y cooperativas de Hungría en la época soviética.
A colación de esto último, Albert también alude a los escasos referentes políticos (regímenes) que los “anticomunistas de izquierdas” reivindican, resumiéndolos en unas pocas experiencias sin final feliz. Parece olvidar que también Marx no tuvo referentes hasta que aconteció la Comuna de París, y que esto mismo ocurrió con Lenin y los revolucionarios bolcheviques. También olvida la cantidad de luchas que desde las posturas anticapitalistas de izquierdas se reivindican, algunas de las cuales tuvieron lugar en la Unión Soviética, de manos de la clase trabajadora, contra el totalitarismo del régimen estalinista. Como ejemplo el mencionado al comienzo del texto, la revolución de los consejos obreros de Hungría en 1956.
La CÍA, coartada para todo

Albert se queja de que se utilice el término “estalinista” para criticar a los regímenes estalinistas y a todos los fallos o males causados por sus políticas, sobre todo a los movimientos obreros. Ya he intentado mostrar que estas críticas hacia el estalinismo tienen sólidos sustentos teóricos e históricos, aunque Albert parezca no conocerlos, y como ahora veremos, es una crítica que se vuelve contra ellos, pues pocos son los crímenes o medidas reaccionarias que no intenten justificar los estalinistas a partir de un elemento: la CIA.  Desde la Oposición de Izquierda en Rusia, hasta los dirigentes del POUM en España, todos trabajaban para la CIA y/o en conspiración junto con los fascistas. Kámenev, Zinóviev, Bujarin, Trotsky, y la mayoría de dirigentes revolucionarios bolcheviques, murieron en la segunda mitad de los años 30, con poco más de cincuenta años, víctimas de las grandes purgas del aparato soviético, cuyo funcionariado ya por aquel entonces estaba formado en su mayoría por antiguos funcionarios zaristas, y los dirigentes militares, en su mayor parte, por antiguos dirigentes zaristas. De golpe y porrazo, decenas y cientos de revolucionarios que habían orquestado la primera revolución socialista en la historia, pasaron a ser agentes de la CIA. Creíble, ¿verdad? Quizás no, pero lo cierto es que este argumento les sirve como único escudo para evitar cualquier otro tipo de argumentación teórica, campo donde Stalin, es sabido, no era muy ducho.
Un argumento de “gran peso” para sostener este disparate es que, según dice, la mayoría de estos dirigentes acabaron abrazando el anticomunismo (léase, antiestalinismo). Trotsky, no sólo siguió en pie de guerra por la lucha hacia el socialismo, sino que además fundó la IV Internacional. Fue asesinado por un agente de Stalin y decenas de miles de trabajadores mexicanos secundaron los actos de su funeral. Del resto de dirigentes bolcheviques no puede conocerse su posible deriva porque fueron asesinados por orden de Stalin.
Lo que sí conocemos, sin embargo, es la deriva eurocapitalista de importantes dirigentes que en su día fueron estalinistas, como Santiago Carillo, amigo de Ceaucescu, o en general, la mayoría de dirigentes y del aparato soviético en los años ochenta, que al caer la unión soviética formaron partidos de derecha y abrieron los países, empezando por Rusia, al expolio del capital privado. Esto debe servir para darnos cuenta de la verdadera naturaleza que dirigía la URSS, poco interesada desde hacía décadas (realmente desde los años 30) en construir el socialismo, y más en detentar el poder.
En resumen, los regímenes estalinistas fueron conservadores y reaccionarios, apoyando políticas que hoy sólo defenderían los partidos populares (PP), en cuestiones como el nacionalismo centralista (el 18% de la prensa soviética era en lengua no rusa, pese a que los no hablantes del ruso eran el 50%), el aborto (prohibición), la familia (tener hijos se premiaba, estar soltero era objeto de castigo, si Engels levantara la cabeza....), en lo organizacional (verticalismo similar al fascista), en lo económico (grandes diferencias de rentas entre trabajadores – jefes/burócratas, escasa inversión en bienestar), entre tantas cosas. Sé de buena tinta la cantidad de información que pulula por las redes sobre los subsidios y controles de precios que existía en la URSS de algunos  productos y servicios, controles que han existido en muchos países capitalistas y que de ningún modo son definición de socialismo, del mismo modo que tampoco lo define un grupo de personas que teme el poder de la clase trabajadora y que, para evitarlo, actúa en nombre de ella y contra ella. Esta es la historia del estalinismo, y es por eso que lo llamo “anticomunismo de derecha”.

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