Anónimo
Soy un obrero más
de los que tienen la “suerte” de tener un trabajo, uno de los que
con un contrato precario son vistos con envidia por vecinos y
conocidos; soy uno más de esos que por seguir trabajando han tenido
que soportar la injusta y progresiva pérdida de derechos: mi sueldo
es de 1000 €. Hace unos años era un sueldo miserable y la gente se
compadecía de los que lo cobraban, ni yo mismo en otras
circunstancias lo habría aceptado. Pero estoy trabajando, que no es
poco. Me renuevan cada 15 días y mi permanencia en la empresa pende
de un hilo. Sé perfectamente que cuando la producción decaiga, que
no va a tardar mucho, me veré una vez más en la calle. Nos han
aumentado la jornada y nos han dejado de pagar las horas extras. Todo
esto tendría una explicación si la empresa estuviera perdiendo
dinero, pero no es así: lejos de reducir plantilla la han aumentado,
aunque la situación de los que entran es más precaria aún que la
de los que estamos. Vemos cómo compran maquinaria, vehículos, no
escatiman en publicidad, pero aún así nos siguen diciendo que la
empresa intenta sobrevivir, el miedo se ha implantado y nadie se
atreve a protestar, las medidas y reprimendas son tomadas con
resignación y pena, y las exigencias productivas cada vez son
mayores.
Lo peor de todo esto es cuando escucho
a algunos compañeros compadecer y defender a la empresa, como si no
fueran conscientes de que todo lo que nos cuentan es un engaño, los
escucho decir que “el pobre del dueño ha tenido que vender la
finca y que se nota que lo está pasando mal”; a mí me extraña,
porque yo lo sigo viendo venir con un Audi o un Mercedes y, según me
cuentan, sigue veraneando en la otra punta del mundo, pero así nos
intentan engañar, y los más ilusos caen en su red de mentiras y
engaños; me viene a la cabeza una frase de José María Pemán: ''La
criada se siente muy reconocida y muy contenta cuando ve a su señora
lucir las joyas, por que al verla se cree que es ella la que está
llevando las joyas'', hasta a esta situación estamos llegando, el
miedo se convierte en compasión hasta extremos penosos. La sociedad
está dormida, los empresarios lo saben: ellos tienen el poder y lo
utilizan para sembrar el pánico y la confusión entre sus empleados,
y cuando alguien opina distinto o critica a la empresa, ésta lo
señala y posiblemente a la mínima se verá en la calle.
Pero aún así he visto cosas peores,
he visto cómo obligaron a los trabajadores antiguos a enseñar el
manejo de las máquinas a trabajadores nuevos para, una vez
aprendieran los nuevos, despedir a los antiguos; he visto más de una
vez cómo el encargado humillaba a algún compañero delante de
todos, insultándolo y gritándole por haber cometido algún fallo.
Aunque algunos no se percaten de ello, para la empresa somos una
herramienta más. Hacen números y estamos siempre que les seamos
útiles y rentables. En el momento que cuestionamos sus métodos o
encuentran a otros dispuestos a trabajar lo mismo o más por menor
salario, nos sustituyen, nos desechan, como objetos de usar y tirar,
sin importarles dejar en la calle a un empleado que, con su sueldo,
tiene que mantener a varios hijos, con la mayor de las indiferencias,
pues ellos prefieren vivir su vida totalmente ajena a los problemas
del trabajador.
Así son las cosas donde yo trabajo.
Incluso, mientras escribo estas líneas, corro el riesgo de ser
despedido por algún cargo de la empresa, si menciono nombres o
describo situaciones concretas que me puedan identificar dentro de la
empresa. Solamente deseo que quienes lean esto, y estén en
condiciones de poder expresar libremente las injusticias laborales
que sufren y ven a los compañeros sufrir en el ámbito laboral, lo
expresen sin titubeos, al igual que yo en estas líneas, porque son
nuestros derechos, y ya no sólo el futuro laboral individual, sino
colectivo, de toda la clase trabajadora, lo que está en juego.
P.D.: Poco antes de publicar estas líneas, el autor de este artículo
ya ha sido despedido de la empresa en la que trabajaba.
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