Roberto Mérida
Cuando miramos a la historia del siglo
XX, es común hallar en muchos historiadores de ideología liberal,
los fenómenos del nacional-socialismo y el fascismo como hechos que
se constriñen a un contexto cultural y un panorama concretos. Se
dice, que son episodios propios de un momento histórico muy acotado,
los años 30, propios de determinados países y, a fin de definirlos,
se enumeran o se van exponiendo de forma anecdótica sus distintas
simbologías, es decir, aspectos característicos como el uso de la
esvástica por los nazis, o del escudo monárquico y el fascio
(emblema de un cetro imperial unido a un hacha) por parte de la
Italia fascista.
Asimismo, se nos dice también, que el
nacional-socialismo se basaba más en un discurso centrado en la
raza, es decir, racista: en la superioridad de la raza aria frente a
otras razas “secundarias” o “menores”, y la existencia de "razas inferiores", como "los judíos" o "los gitanos", que "había que
exterminar o por lo menos, echar de Alemania y de Europa"; en tanto
que el fascismo italiano se basaba más en el discurso centrado en la
supremacía del Estado: "el Estado, el régimen fascista, es la
autoridad máxima, suprema, que guía los destinos del pueblo
italiano, por tanto éste, debe rendirle lealtad en todo momento, y
no dudar en acudir a su requerimiento en caso de ser llamados a
filas". Se los compara a su vez con el franquismo en términos
ligeramente distantes, arguyendo que, si bien este último partía de
la identificación de la patria con la religión católica
(nacional-catolicismo), el fascismo mussoliniano en general era
laico, acepta la religión “pero no la practica”, y el nazismo no
basa su discurso en la religión: busca a la par la alianza con el
clero protestante y católico: e incluso llega, en algunos casos, a
negar la religión, llegando a asimilar en su fraseología algunos
mitos del politeísmo nórdico, como particularismo propio de su
identidad nacional germana, e incluso a declarar que: “el
combativo macho europeo es un pagano -que a rinde homenaje pero no
entiende ni acepta en su corazón la validez de «una religión que
es la total negación de la fuerza»” (Benjamin Kidd)
.
Así, si nos paramos a reparar en
formalidades podemos apreciar muchas diferencias superficiales. Pero
si nos vamos a su contenido, a en qué se traduce en la práctica y
qué se entiende por nazismo y fascismo, veremos un hilo rector que
vincula a ambas ideologías, persiguiendo análogos objetivos.
Comprobaremos que son, en esencia, lo mismo; que persiguen algo
equivalente o muy parecido. Comprobaremos que son más las anologías.
Tanto el nazismo como el fascismo
tienen una serie de puntos básicos en común:
La destrucción mediante la represión
indiscriminada y la fuerza de las organizaciones de la clase obrera,
nacionalismo extremo, militarismo y belicismo y exaltación de la
patria, ignorando la división en clases sociales del sistema
capitalista y defendiendo la búsqueda de una unión entre el
obrero, el militar y el empresario alemanes/italianos en la lucha
contra las naciones enemigas y contra un enemigo externo. Ambos
tratan de crear o buscar un chivo expiatorio, por ejemplo la "raza
judía" (o los musulmanes), para desviar la frustración y el
odio de las clases medias y las capas populares hacia el mismo, en
lugar de hacia la patronal y la oligarquía financiera, es decir, las
clases potentadas, previniendo así la posibilidad de una revolución
y el desprestigio hacia el sistema capitalista. Además, ambos
promueven la eliminación del parlamentarismo y toda forma de
formalidad electoral burguesa, que implique sufragio universal y una
elección por parte del pueblo, en favor de un líder fuerte,
autoproclamado, una dictadura. Los dos luchan a muerte contra los
revolucionarios: comunistas, socialistas, anarquistas, y toda forma
de ideología subversiva, e incluso de disidencia organizada al
régimen, y al sistema capitalista mismo. Finalmente, llevan a cabo
la eliminación e ilegalización de los partidos y sindicatos,
distintos del de gobierno: proclaman un sindicato vertical del Estado
(donde el obrero y el patrón están unidos, es decir, donde el
obrero es controlado por el patrón) y de un partido fascista ó nazi
único, acompañándolo del culto exacerbado a la personalidad del
caudillo o líder. Traduciéndolo al lenguaje revolucionario: buscan
la contrarrevolución, primero interna, prevenir la posibilidad de
una revolución dentro del país y aplastarla, machacarla cuando esta
ya ha empezado o sucedido; y externa, vía guerra de invasión
indiscriminada contra las economías no capitalistas, como la antigua
URSS, la antigua Yugoslavia a finales de la Guerra, que suponen un
recordatorio de subversión, una amenaza constante al capitalismo.
Todo eso, lo representan tanto el
fascismo como el nacional-socialismo, como sus primos hermanos: el
falangismo (que colaboró con éstos con la División Azul, con la
venia de Franco) o el gobierno colaboracionista de Vichy (de
ideología no muy diferente), los fascismos griego y balcánicos
(generalizados en toda la región antes de la revolución yugoslava,
recuperados luego por la dictadura militar griega y por los genocidas
de la Guerra de Yugoslavia), etc. Son en esencia dos caras de la
misma ideología.
Son el perro de presa del sistema
capitalista cuando su estabilidad hace aguas, sus bases sociales se
hacen añicos y la clase proletaria amenaza con rebelarse: mediante
la subversión y la revolución social en contra del régimen
económico establecido.
El fascismo es nuestro
enemigo natural de clase, por tanto. Es un enemigo que avanza si no
se le combate. Y que debemos seguir combatiendo a día de hoy, como
demuestran las experiencias amenazadoras de Amanecer Dorado, Le PEN
en Francia, La Liga Norte en Italia, Josep Anglada en Cataluña o el
partido próximo al fascismo, de extrema derecha, UPyD, en España;
los partidos de la utraderecha suiza, UDC (Unión Democrática de
Centro), sueca (Demócratas de Suecia) y húngara, FIDESZ. Son todos
caras de una misma moneda, pues representan la avanzada de la extrema
derecha filofascista en Europa, y amenazan con propagar el discurso
racista, xenófobo, machista y nacionalista extremo, el
anticomunismo, el culto a la idea de un caudillo fuerte y de la
dictadura, entre un sector de la clase media y de la propia capa
popular depauperada, frustrada y llena de prejuicios. Un terreno que
quedará, con el tiempo, abonado, si la izquierda revolucionaria
abandona su deber: que es ofrecer alternativas de la transformación
social como salida positiva a la crisis del capitalismo (del
desempleo, de la vivienda...), que ayuden a cuestionar todo el orden
económico establecido.
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