miércoles, 3 de abril de 2013

Fascismo y nazismo. ¿Hay diferencias?


Roberto Mérida

Cuando miramos a la historia del siglo XX, es común hallar en muchos historiadores de ideología liberal, los fenómenos del nacional-socialismo y el fascismo como hechos que se constriñen a un contexto cultural y un panorama concretos. Se dice, que son episodios propios de un momento histórico muy acotado, los años 30, propios de determinados países y, a fin de definirlos, se enumeran o se van exponiendo de forma anecdótica sus distintas simbologías, es decir, aspectos característicos como el uso de la esvástica por los nazis, o del escudo monárquico y el fascio (emblema de un cetro imperial unido a un hacha) por parte de la Italia fascista.

Asimismo, se nos dice también, que el nacional-socialismo se basaba más en un discurso centrado en la raza, es decir, racista: en la superioridad de la raza aria frente a otras razas “secundarias” o “menores”, y la existencia de "razas inferiores", como "los judíos" o "los gitanos", que "había que exterminar o por lo menos, echar de Alemania y de Europa"; en tanto que el fascismo italiano se basaba más en el discurso centrado en la supremacía del Estado: "el Estado, el régimen fascista, es la autoridad máxima, suprema, que guía los destinos del pueblo italiano, por tanto éste, debe rendirle lealtad en todo momento, y no dudar en acudir a su requerimiento en caso de ser llamados a filas". Se los compara a su vez con el franquismo en términos ligeramente distantes, arguyendo que, si bien este último partía de la identificación de la patria con la religión católica (nacional-catolicismo), el fascismo mussoliniano en general era laico, acepta la religión “pero no la practica”, y el nazismo no basa su discurso en la religión: busca a la par la alianza con el clero protestante y católico: e incluso llega, en algunos casos, a negar la religión, llegando a asimilar en su fraseología algunos mitos del politeísmo nórdico, como particularismo propio de su identidad nacional germana, e incluso a declarar que: “el combativo macho europeo es un pagano -que a rinde homenaje pero no entiende ni acepta en su corazón la validez de «una religión que es la total negación de la fuerza»” (Benjamin Kidd) .

Así, si nos paramos a reparar en formalidades podemos apreciar muchas diferencias superficiales. Pero si nos vamos a su contenido, a en qué se traduce en la práctica y qué se entiende por nazismo y fascismo, veremos un hilo rector que vincula a ambas ideologías, persiguiendo análogos objetivos. Comprobaremos que son, en esencia, lo mismo; que persiguen algo equivalente o muy parecido. Comprobaremos que son más las anologías.

Tanto el nazismo como el fascismo tienen una serie de puntos básicos en común:

La destrucción mediante la represión indiscriminada y la fuerza de las organizaciones de la clase obrera, nacionalismo extremo, militarismo y belicismo y exaltación de la patria, ignorando la división en clases sociales del sistema capitalista y defendiendo la búsqueda de una unión entre el obrero, el militar y el empresario alemanes/italianos en la lucha contra las naciones enemigas y contra un enemigo externo. Ambos tratan de crear o buscar un chivo expiatorio, por ejemplo la "raza judía" (o los musulmanes), para desviar la frustración y el odio de las clases medias y las capas populares hacia el mismo, en lugar de hacia la patronal y la oligarquía financiera, es decir, las clases potentadas, previniendo así la posibilidad de una revolución y el desprestigio hacia el sistema capitalista. Además, ambos promueven la eliminación del parlamentarismo y toda forma de formalidad electoral burguesa, que implique sufragio universal y una elección por parte del pueblo, en favor de un líder fuerte, autoproclamado, una dictadura. Los dos luchan a muerte contra los revolucionarios: comunistas, socialistas, anarquistas, y toda forma de ideología subversiva, e incluso de disidencia organizada al régimen, y al sistema capitalista mismo. Finalmente, llevan a cabo la eliminación e ilegalización de los partidos y sindicatos, distintos del de gobierno: proclaman un sindicato vertical del Estado (donde el obrero y el patrón están unidos, es decir, donde el obrero es controlado por el patrón) y de un partido fascista ó nazi único, acompañándolo del culto exacerbado a la personalidad del caudillo o líder. Traduciéndolo al lenguaje revolucionario: buscan la contrarrevolución, primero interna, prevenir la posibilidad de una revolución dentro del país y aplastarla, machacarla cuando esta ya ha empezado o sucedido; y externa, vía guerra de invasión indiscriminada contra las economías no capitalistas, como la antigua URSS, la antigua Yugoslavia a finales de la Guerra, que suponen un recordatorio de subversión, una amenaza constante al capitalismo.

Todo eso, lo representan tanto el fascismo como el nacional-socialismo, como sus primos hermanos: el falangismo (que colaboró con éstos con la División Azul, con la venia de Franco) o el gobierno colaboracionista de Vichy (de ideología no muy diferente), los fascismos griego y balcánicos (generalizados en toda la región antes de la revolución yugoslava, recuperados luego por la dictadura militar griega y por los genocidas de la Guerra de Yugoslavia), etc. Son en esencia dos caras de la misma ideología.

Son el perro de presa del sistema capitalista cuando su estabilidad hace aguas, sus bases sociales se hacen añicos y la clase proletaria amenaza con rebelarse: mediante la subversión y la revolución social en contra del régimen económico establecido.

El fascismo es nuestro enemigo natural de clase, por tanto. Es un enemigo que avanza si no se le combate. Y que debemos seguir combatiendo a día de hoy, como demuestran las experiencias amenazadoras de Amanecer Dorado, Le PEN en Francia, La Liga Norte en Italia, Josep Anglada en Cataluña o el partido próximo al fascismo, de extrema derecha, UPyD, en España; los partidos de la utraderecha suiza, UDC (Unión Democrática de Centro), sueca (Demócratas de Suecia) y húngara, FIDESZ. Son todos caras de una misma moneda, pues representan la avanzada de la extrema derecha filofascista en Europa, y amenazan con propagar el discurso racista, xenófobo, machista y nacionalista extremo, el anticomunismo, el culto a la idea de un caudillo fuerte y de la dictadura, entre un sector de la clase media y de la propia capa popular depauperada, frustrada y llena de prejuicios. Un terreno que quedará, con el tiempo, abonado, si la izquierda revolucionaria abandona su deber: que es ofrecer alternativas de la transformación social como salida positiva a la crisis del capitalismo (del desempleo, de la vivienda...), que ayuden a cuestionar todo el orden económico establecido.

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