sábado, 16 de marzo de 2013

Negar la democracia con la democracia


Milos G., Alcalá de Guadaíra (Sevilla)

Los partidos de izquierda tienen que definir meticulosamente qué entienden por democracia. Generalmente se habla de "democracia participativa" en abstracto, y esto puede dar lugar a un debate confuso y poco ilusionante de cara a la promoción de una alternativa en el sistema de poder.

El sistema de poder político construido por la burguesía se caracteriza por huir sistemáticamente del cumplimiento de los deseos de la mayor parte de la ciudadanía que, supuestamente y mediante el voto, es la soberana de elegir ese poder que, paradójicamente, actúa pérfidamente en contra suya. Una "democracia" como la española que, según encuestas, mantiene insatisfechos más del 80% de su población podría ser la mayor paradoja sociológica presente en mucho tiempo (¿por qué la inmensa mayoría iba a mantener un tipo de democracia que considera fallida?, pero el asunto no es realmente más que un problema terminológico; llamar "democracia" a un sistema que no lo es, dado que si fuese democrático, ese mismo "demos" movería sus fichas para cambiar toda la arquitectura de poder, los cimientos mismos si fuese posible, en favor de y para adaptarse a sus nuevas necesidades.



Sin embargo, la tarea de cambiar la arquitectura de poder se antoja especialmente difícil. La principal razón es que aquellos que actualmente detentan (es decir, mantienen ilegítimamente o por la fuerza) el poder han elaborado un lenguaje que se repite incesantemente por todos los medios posibles y en su haber (que son la mayoría) para hacer creer que cualquier cambio en las actuales reglas de juego conlleva siempre a una degeneración o pérdida de democracia. No aciertan, sin embargo, a rebatir mediante argumentos o razones cómo es posible que con medidas como la obligatoriedad de refrendar todas las medidas de calado para la población (de tipo económico, social, de derechos), o la obligatoriedad de cumplir el programa político so pena de inhabilitación del gobierno pueden ser muestras de degeneración democrática cuando persiguen, precisamente, que no se burle la voluntad popular, sino todo lo contrario, que la retórica, el lenguaje, la persuasión, el poder mediático, la fuerza policial y militar, y en general, unas leyes y un sistema de poder diseñado por las postrimerías de una dictadura fascista, no impidan que ésta se cumpla.

Un síntoma de todo esto nos lo encontramos en un artículo de opinión publicado recientemente en "El País", en el cual, Alberto Penadés (profesor de sociología), expone que el sistema electoral no debe ser representativo, pues esto dificultaría la formación de gobiernos estables. También admite que la desproporción no puede ser tan alta como para que parezca demasiado arbitraria. Elogia el sistema español y niega que le haga falta más proporcionalidad. En síntesis, el texto es un alegato al robo de diputados de los partidos más pequeños hacia los más votados. Si tenemos en cuenta que el sistema de democracia "representativa" es, siendo generosos, la democracia reducida a su más ínfima expresión, ¿qué nos queda si, para colmo, se produce un trasvase sistemático de escaños hacia los partidos que configuraron esa misma arquitectura de poder a costa de partidos alternativos?, ¿qué nos queda si, para colmo, los partidos pueden programar antes de las elecciones una lista de promesas que no tienen el deber de cumplir?, ¿qué vota la gente cada cuatro años, personas que ocupan asientos, o un programa de intervención político, económico y social? Los que detentan el poder político, así como sus voceros mediáticos y sus manijeros del poder económico (la gran empresa, la banca) recurrirán a la palabra democracia, que ha gozado siempre de buena salud, para ir contra ella misma, atacarla, reducirla en forma a su mínima expresión y hacerla desaparecer completamente en fondo. No es de extrañar, ante esto, que la imagen del término democracia se esté deteriorando.

Es necesario también que los partidos de izquierda definan meticulosamente qué entienden por democracia. Generalmente se habla de "democracia participativa" en abstracto, y esto puede dar lugar a un debate confuso y poco ilusionante de cara a la promoción de una alternativa en el sistema de poder. Si ponemos como ejemplo el caso de Izquierda Unida, que co-gobierna en la Junta de Andalucía, percibiremos que décadas de reivindicación de lo que entiende por "democracia participativa" se traduce simplemente en el deseo de implantar un sistema consultivo popular de carácter no vinculante sobre medidas de calado. ¿Es esto lo que debe entender la izquierda por democracia y por participación? Obviamente, no. Por ello, la izquierda, desde la más institucional y reformista (IU), hasta pequeños partidos u organizaciones más enraizadas (p.ej. Anticapitalistas) tienen el deber de debatir, definir y poner en practica a nivel de partido lo que entienden que debe ser un sistema regido desde abajo, y que abarque todos los aspectos posibles, sin olvidar y haciendo hincapié en los aspectos económicos, que a nivel de un Estado pasa por plantear la gestión pública de los recursos y medios de producción estratégicos (y ampliando la definición de "estratégicos" a algo mucho más allá de las telecomunicaciones, la energía, los trasporte, la luz, el agua y los servicios públicos, por ejemplo, la banca). La autogestión como modo más sinérgico y provechoso de las potencialidades de los trabajadores como individuos y como colectivo también tiene que plantearse y concretarse para que tenga una viabilidad como mínimo teórica, entendiendo que esta debe estar presente en todo lugar donde se den condiciones de trabajo colectivo - y por tanto de potencial explotación ajena -.

Estas premisas básicas, entre muchas otras, siempre han estado presentes en la izquierda, olvidarlas bajo el siempre recurrido argumento de la caída de los sistemas de "socialismos" verticales y autoritarios es poco razonable, el capitalismo ha conocido múltiples formas en su aplicación, las mayoría de ellas fracasaron, se reformaron, y siguieron y siguen fracasando. No podemos despachar, por tanto, uno de los proyectos más ilusionantes, colmado de bondades en sus medios y sus fines, por amargas y no tan amargas experiencias pasadas. Sobre todo, porque sin caminar hacia un sistema de este tipo, seguiremos navegando a la deriva en un mar de capitalismo donde las crisis cíclicas cada vez son más frecuentes, duraderas, profundas y dañinas; es su lógica, y mientras no salgamos de ella no podremos escapar de su rigor.

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